Muy interesante también es el hecho de que la mayoría de los perros estuvieran pendientes de mí cuando yo en ningún momento les hacía caso ni les daba comida directamente (los premios caían por un tubo que atravesaba el panel con el que ellos interactuaban). En otras palabras, ellos no veían en ningún momento que fuera yo quien tiraba la comida, pero parecían esperar a que lo hiciera, lo cual me convertía a mí en un estímulo mucho más saliente e interesante que las propias luces. Lo mismo ocurría con Enrique Solís, director de LealCan, que también estaba presente en todas las sesiones.
Es importante mencionar, además, todas las respuestas de frustración que aparecieron en los perros cuando “fallaban” un ensayo y por tanto no había comida. Pudimos observar como al escuchar el sonido que significaba “no comida” (la M.A.R), algunos perros se ponían muy nerviosos, ladrando, dando vueltas, yendo hacia la puerta, llorando, etc. Bajo mi punto de vista, éstas respuestas eran muy parecidas pero mucho más intensas que las que aparecen en los procedimientos de extinción.
Como dato curioso, no podemos terminar éste artículo sin hablar de lo que ocurrió en las últimas sesiones del experimento: como el estudio estaba llegando a su fin y no habíamos conseguido algunos de los objetivos que nos marcamos en un principio, decidimos variar la situación para observar el comportamiento de los perros y así sacar más conclusiones de todo lo que estábamos haciendo.
Concretamente, lo que hicimos fue extinguir todas las conductas de tocar el target, y para ello simplemente hicieran lo que hicieran los perros, dejamos de suministrar comida. Como la conducta de tocar el target estaba muy consolidada en todos los participantes, pensábamos que esto nos iba a costar mucho trabajo, pero la verdad es que nos sorprendió muchísimo lo rápido que los perros dejaron de responder. De pronto algo había cambiado en la situación experimental y los perros lo detectaron rápidamente. El interés y las ganas de trabajar que mostraron durante todas las fases del estudio desaparecieron en cuestión de segundos. En mi opinión, tuvo mucho que ver el hecho de que no solamente dejamos de dar comida, sino que también dejamos de reproducir los sonidos (reforzadores secundarios) que señalaban la aparición de los premios. Este procedimiento en psicología se conoce como extinción total (o completa), y por lo general contribuye a una extinción más rápida que la extinción parcial (seguir recibiendo reforzadores secundarios pero no comida). En otras palabras, lo que ocurrió fue que fabricamos una situación muy incómoda para ellos, podríamos decir que convertimos las sesiones en una especie de “silencio incómodo”, de esos que tanto odiamos los humanos.
Kenal, el perro de Enrique Solís (que participó en el estudio), mostró un gran interés en todo momento por la tarea experimental y unas ganas enormes de trabajar con nosotros. Prueba ello es que fue de los perros que más resistencia mostró a ésta extinción (21 ensayos seguidos hasta que dejó de responder). Sin embargo también él se iba hacia la puerta algunas veces en éstos casos a pesar de que su guía estuviera dentro de la sala con él. Sin duda, esto es una prueba muy valiosa de lo frustrante que puede llegar a ser para un perro el hecho de que un contexto agradable para él cambie a peor. Si lo pensamos, a las personas nos pasa lo mismo, no nos gusta que nos cambien algo bueno a lo que ya nos han acostumbrado y que encima no nos den información acerca de lo que deberíamos hacer a partir de ese momento. Como a los perros no les pedíamos que hicieran nada nuevo, sino que simplemente de pronto no pasaba nada, lo único que querían era irse a otra parte.